"Sin dudas, la sequía nos tiene mal. Sin lluvias primaverales, con temperaturas elevadas, con vientos cálidos y con el fuego como corolario inevitable. Así vivimos, año tras año, en el noroeste argentino y, en general, en todo el Norte Grande del país", introduce el ecólogo Alejandro Brown, presidente de la fundación ProYungas.
Desde su mirada, necesitamos una nueva gobernanza del agua que logre una gestión integrada con foco en la mitigación. "Las variables climáticas y las consecuencias del cambio climático repercuten en los recursos hídricos", añade el experto.
- ¿Cómo se enfrenta la escasez?
- Hoy atribuimos estas circunstancias al cambio climático. Y seguramente, algo de eso hay. Pero también debemos asumir que el clima es una variable que, valga la redundancia, varía a lo largo de los años. De hecho, ecosistemas de vastas superficies, como el Gran Chaco, han sido definidos de alta variabilidad climática.
- Entonces usted plantea que las sequías son cíclicas, amén del calentamiento.
- Sí. Si analizamos la recurrencia de los períodos secos en el noroeste argentino a partir de las reconstrucciones climáticas de los anillos de crecimiento de los árboles (dendrocronología), podremos visualizar que en los últimos cientos de años ha habido una recurrencia de períodos secos, algunos de mayor intensidad y longitud temporal que los actuales. Algo similar concluyeron quienes estudiaron la variación climática en Santiago del Estero a partir de los registros históricos del cabildo de esa ciudad. En tiempos más modernos, el registro de los caudales de las épocas secas de los ríos destinados a riego muestra un permanente declive de los volúmenes disponibles. Y estamos haciendo referencia a cuencas hídricas bien conservadas, donde se mantiene o se ha mejorado la cobertura forestal natural.
- Ante este panorama, ¿por dónde empezamos?
- No todo depende de las condiciones climáticas, generalmente inmanejables. Hay acciones que pueden mitigar los efectos de estas sequías recurrentes y que dependen de nosotros. Los sistemas de distribución de agua corriente en nuestras ciudades, en general, están obsoletos. Y los esfuerzos de mantenimiento van muy por debajo de lo necesario.
- ¿Estamos hablando de un sistema público de agua al borde del colapso?
- En la Argentina cerca del 90 % de la población vive en ciudades. Esto plantea el inmenso desafío de satisfacer las demandas de una población urbana creciente.
- Tampoco tenemos una consciencia del uso del agua.
- Exacto. El empleo ciudadano del agua es otro problema. Los argentinos somos grandes derrochadores. Utilizamos en promedio unos 200 litros por día por habitante (por supuesto, con enormes diferencias regionales). Esta cifra representa el doble de lo recomendado por la Organización Mundial de la Salud (OMS).
- ¿Qué opina de agua en la agricultura?
- Algo similar ocurre en muchas áreas con cultivos tradicionales, como la caña de azúcar. Aún se realiza el riego en manto; es decir, por inundación. La eficiencia de este método es tan baja que no alcanza ni un 20 %. En contrapartida, hay mucha tecnología disponible para mejorar el riego en un país como el nuestro, donde grandes superficies dependen de las lluvias estacionales.
- ¿Cuáles serían las patas de una buena gestión del agua?
- Resulta vital que se mejore la eficiencia en la captación, en el transporte y en el uso del agua, tanto para riego como para consumo humano e industrial. También es necesario conservar las fuentes de agua y reservorios hídricos naturales, como vertientes, ríos, lagunas, embalses artificiales. Argentina lo ha venido haciendo bien y se debe seguir en esa línea. Con todas estas medidas, se compone una estrategia de mitigación de los efectos del clima.
- En contrapartida, una mala gobernanza del agua circunscribe las problemáticas del recurso al ámbito del clima.
- Así es. Mientras ahora durante la COP27 en Egipto se debaten planes de mitigación, en esta parte del mundo seguimos esperando que llueva y reclamándole al cielo su acuosa bendición, cómo si esas plegarias fueran la única alternativa para salvarnos. En vez, ¿no podríamos confiar en nuestra potencial capacidad de organización y de generar la infraestructura necesaria basada en conocimientos técnicos?